El mundo del espectáculo se vistió de luto cuando Celia falleció. Un año después, celebraron su vida con este tributo en Selecciones Reader's (julio 2004). Hoy han transcurrido nueve años de su partida y siendo la fecha de 8 de marzo de 2012, día internacional de la mujer yo le rindo un tributo digno de una reina.
LA HISTORIA DE SU VIDA...
EN SUS PROPIAS PALABRA
NACI
EN LA HABANA, CUBA, en una casita ubicada en un barrio de clase
trabajadora llamado Santos Suárez. Soy hija de Catalina Alfonso, a
quien todos le decían “Ollita', y Simón Cruz.
El asunto de mi nacimiento fue algo muy grande para mi tía Ana
Alfonso, tía Ana como todos la llamaban. Resulta que cuando Ollita
estaba en estado conmigo, a tía Ana se le murió una hijita recién
nacida. Mi madre fue a consolar a su hermana y encontró a Ana con la
niña muerta en sus brazos. No se desprendía del cadáver.
Ollita se acercó a su hermana con besos y ternuras. “Ana, cuando un
niño muere al nacer, es que su alma va a regresar”, dijo mi madre.
“Tienes que marcar a la bebita que vuelva a nacer en la familia”.
Prepararon a la niña difunta para el velorio, pero tía Ana simplemente
se mantenía en silencio, con la mirada fija en el féretro. Pero de
repente se levantó sin decir palabra alguna, se inclinó sobre el ataúd
donde reposaba su hija, y le dijo: “Yo sé que algún día tu vas a
regresar, y yo te voy a esperar. Para poder reconocerte, te voy a
jorobar los deditos”. Con eso, se agarró los meñiques a su bebé muerta y
se los dobló hacia los pulgares hasta que se oyó ¡crac! Y todo el
salón quedó en silencio.
Mi madre, Ollita, sufrió una impresión muy grande y sintió como si
alguien la hubiera golpeado. Y en el instante en que se rompieron esos
dedos, me sintió saltar en su vientre. Se le fue el aire y casi se
demayó.
Unos mese más tarde, entré en el mundo, rodeada de cantos y rezos. En
cuanto salí, mi abuela me colocó en el pecho de mi mamá. A Ollita se le
salían las lagrimas mientras me arrullaba con cantos de cuna que tanto
recuerdo de mi infancia. Cuando nací yo ya conocía la voz de Ollita de
tanto oírla cantando de día y noche. Por eso es que de pequeña, e
incluso de adulta, siempre me calmaba tan pronto escuchaba la dulce voz
de mi mamá.
Enseguida me limpiaron bien, me envolvieron en una sábana de algodón
blanca y me colocaron en los brazos de Ollita. Aguien fue a avisarle a
mi papá que yo había nacido y cuando llegó, le preguntó a Ollita qué
nombre me iva a poner. Ella le informó que me llamaría Celia. Viene de
Cecilia, la patrona de la música.
Ollita me dio pecho y pidió que llamaran a tía Ana para que viniera a
ayudarle. Tan pronto terminé, me limpiaron y me cambiaron. Me revisaron
de pies a cabeza. Me examinaron los brazos, las piernas, los pies y mi
manitas hechas un puño. No se percataron de nada raro.
Pasaron unas semanas, y un día mientras Ollita me limpiaba, sin darse
cuenta, me halóla mano izquierda y vio que tenia los meñiques bien
torciditos. Por poco se le sale el corazón del pecho. Llamó a mi abuela,
quien llegó corriendo a ver qué sucedía.
Mi
madre le enseño mis manitas con sus deditos torcidos, y las dos se
pusieron a llorar y a darle gracias al Señor. En seguida mandaron a
buscar a tía Ana para informarle que su hijita había regresado. Desde
ese momento yo tuve dos madres, mi mamá Ollita y mi tía Ana, que luego
fue mi madrina de bautizo.
UN REGALO MARAVILLOSO
EL
AIRE DE NUESTRO HOGAR siempre estaba cargado del canto de mi mamá, de
la sazón de la comida que nos cocinaba y de las risas de los niños. Me
matricularon en el colegio del barrio en Santos Suárez. Un día, cuando
regresé a la casa de la escuela me encontré con una pareja amiga de mis
padres que habían venido a hacernos una visita. Mi mamá me pidió que
les cantara una canción. Les canté una que se llamaba Y tú qué has
hecho, también conocida conocida como En el tronco de un árbol. La
pareja se quedó encantada con mi presentación, y la siguiente vez que
nos hicieron la visita, el señor me trajo de regalo un par de zapatos
blancos de charol. Mi canto alegraba a la gente, por lo que ese par de
zapatos representó mucho para mí.
Un día primo Serafín, sin decirme nada, me inscribió en un programa de
aficionados de la radio que se llamaba La hora del té. Cuando me
contó, yo me emicioné mucho porque sabía que se podían ganar muchos
premios maravillosos en esos concursos.
Me levanté bien temprano y me puse un vestido blanco y mis zapatos de
charol blanco. Mi mamá me hizo un moño. Habían otras personas
esperando, y cuando me toco a mí, canté un tango que se llamaba
Nostalgia. Yo gané el concurso y hasta me enviaron a que regresara el
mes siguiente y me dieron mi premio: un pastel.
Cuando llegamos a la casa, todos nos recibieron con aplausos y mucha
emoción y nos comimos todo el pastel. Luego hablamos de qué canción iba a
cantar el mes siguiente. Cuando gané esa vuelta, el premio que me tocó
fue una cedenita de plata. En ese momento me di cuenta que en eso de
los concursos me podía ir muy bien y seguí participando en todas las
oportunidades que se me presentaron. Algunas veces ganaba, otras perdía.
Una vez hasta me sonaron la campana para echarme del programa. En
realidad, eso no fue por culpa mía. Había muchos cantantes allí y el
pianista decidió no ensayar conmigo. La canción no salióbien. Esa fue
una lección muy buena. Desde ese momento, nunca presentaría algo sin
primero tener el tono bien.
Un día, tía Ana me acompaño a n concurso. Cuando terminé, ella me
preguntó: “Celia, ¿por qué no te meneas, m'hijita? Todo eso que tú
sientes se lo tienes que trasmitir al público. La próxima vez quiero
que menees, ¿me oíste?” Y así lo he hecho desde entonces.
En algunos ocasiones ganaba dinero y en otras me daban cajas llenas de
premios. Después de cada concurso, en mi casa se armaba una fiesta.
Todos, con la excepción de mi padre, parecían hablar y reírse a la vez.
Mi papá era un hombre tradicional. Yo no estaba segura de lo que él
pensaba sobre mi carrera en ciernes. El sueño de papá para mi era que yo
fuera maestra y cuando vio el camino por donde andaba, le dio miedo de
que cayera bajo las malas influencias de ese mundo. Pero mi mamá me
dijo: “No le hagas caso, mi niña”. Ella sabía que yo era una muchacha
seria y no temía por mí.
Ya para esos tiempos me conocían en varias emisoras. Sin embargo, mi
fuerte era presentarme en los actos cívicos de la escuela. Lo hice desde
la escuela primaria y cuando estaba en la escuela normal, mis
profesores y compañeros de aula siempre me invitaban a participar.
La última vez que les cdanté fue el día de la graduación en 1949, y
recuerdo que después que concluyó el acto, me acerqué a mi profesora. Le
pregunté qué tenía que hacer yo para buscarme un aula en donde
enseñar. Ella me miró a los ojos y dijo: “Celia, a ti Dios te ha dado
un gran don. Con esa voz que tú tienes puedes ganarte la vida muy bien.
No pierdas tu tiempo enseñando. Tú viniste al mundo para cantar y
alegrar a la gente con tu voz”.
Me sentí muy bien por lo que me dijo y fue en ese momento que decidí
ser cantante. Sentí que debía enfrentármele a mi destino y utilizar el
don que Dios me dio para hacer feliz a la gente.
LA ACEPTACION DE UN PADRE
TENGO
MUY BUENOS RECUERDOS de la emisora CMQ. Llegaba todos los días y
consultaba la cartelera para ver si tenía algo programado para ese día.
Aprovechaba el tiempo para observar a los demás artistas. Veía cómo se
preparaban antes de cantar, me fijaba en sus técnicas y cómo se movían a
la hora de presentarse.
Un día en 1950, trabanando en la CMQ, conocí un aoreógrafo que se
llamaba Roderico Neyra. Me invitó a que participara en una producción
que estaba montando. Se le conocía como Rodney. Todo el mundo pensaba
que era americano, pero no era así. El se inventó ese nombre tomando las
primeras tres letras de su nombre y de su apellido.
Su producción se llaba Sun sun ba bae. Era una revista musical,
conmigo como la cantante estelar y duraba una hora y media. Pronto, el
espectáculo fue llevado al Tropicana, que durante su época dorada fue
el cabaret más famoso del mundo, y convirtió a Rodney en una leyenda.
Rodney también formó el grupo La Mulatas de Fuego. Rodney se buscaba a
las mujeres más despampanantes que habían. El espectáculo comenzaba
cuando salía yo cantando, y después salían Las Mulatas, una por una. Se
deslizaban sobre el escenario con sus trajes llenos de plumas de
colores.
El éxito fie tal que se nos dio la oportunidad de viajar a Venezuela
durante tres meses. Un día se enfermó una de las bailarinas. “No te
preocupes, yo me sé los números y puedo salir en su lugar”, ofrecí.
Me vestí, me arreglé, y cuando estaba a punto de salir, me quede
tiesa. No salí. Es que no pude. Me quedé parada ahí como un palo y
después me metí en el camerino para cambiarme. “Lo siento”, dije, “pero
no fui capaz. Me sentí completamente desnuda, y tanta gente ahí
mirando. No pude”. Se rieron de mí y nunca más volví a ofrecerme para
ser una de Las Mulatas.
Llegué a darme a respetar en todos lados, pero a la única persona que
aún tenía que convencer era a mi papá. Pero gracias a Dios un día todo
eso cambió. Mi papá estaba trabajando y uno de sus compañeros le enseño
un periódico y le dijo: “¡Mira, Simón! Esta muchachita tiene el mismo
apellido que tú. “ ¿Ella es algo tuyo?” Cuando mi papaá vio que el
periódico hablaba de mí, de mi talento y nada más, entendió que nunca
fui lo que se había imaginado. Se dio cuenta de que yo seguía siendo la
niña educada que él y Ollita habían criado.
UNA VIDA SOÑADA
LA
PRIMERA PERSONA en mencionarme a la Sonara Matancera fue mi prima
Nenita. “Celia, ¿quieres oír a un grupo musical que toca muy bien?, me
pregunto. “Prende el radio a las 11:00 a.m. Y lo vas a oír”. En ese
mometo nació mi sueño de cantar con ellos. Para la dicha mía, no tuve
que esperar mucho. Su popular solista había decidido regresar a Puerto
Rico, dejando abierto el puesto para una cantante.
Cuando entré en la emisora para la prueba, el primero que me encontré
fue el que sería mi esposo, Pedro Knight. Estaba ensayando su trompeta.
La Sonora Matancera me cambió la vida. Musicalmente, la orquesta era
escelente y sus miembros pasaron a sr como mis hermanos. Cuando
viajábamos no había un solo hombre que se propasara conmigo porque
todos salían a mi defensa.
Cuando entré a la emisora para la prueba, el primero que me encontré fue el que sería MI ESPOSO.
La
estación de radio llegaba a todo el Caribe, lo que hizo que nuestro
programa llegara a millones de personas. Se me ofrecieron muchas
oportunidades gracias a la Sonora. Durante los 15 años siguientes, cada
tres meses sacábamos un disco. También comencé a hacer jingles en la
televisión, un medio muy emocionante esa época. Durante la década de los
años cincuenta me presenté también en especiales de televisión y
debuté en la gran pantalla en la película Una gallega en La Habanade. Pedro también salió en esa película y me encantó ver a mi Perucho en la pantalla grande, ya que se veía tan guapo.
Pasaron los años y mis discos sonaban por dondequiera. Para finales de los años cincuenta ya me conocían como “La guarachera de Cuba”,
el título que más aprecio, que que refleja mis raíces como una
humilde cantante de la música popular cubana. Y como esta guarachera
había logrado la estabilidad económica, pude al fin lograr una de las
grandes satisfacciones de mi vida: construirle una casa nueva a la
mujer a que le debía todo.
Cuando mi madre entró a su casa nueva, la expresión de sorpresa y
felicidad en su cara era tan grande que se me salieron las lágrimas.
Vivimos muy bien y muy tranquilos todos en esa casa. Pero
desafortunadamente, la dicha de esos días estaba a punto de cambiar.
ADIOS A CASA
UN
DIA EN 1958, LLEVE A OLLITA AL MEDICO, ya que la notábamos cansada.
Después de varios análisis, sentí pánico cuando el médico me dijo:
“Celia, su tiene un cáncer, y de esto no se salva”. La llevamos a un
especialista que explicó que Ollita posiblemente viviría dos o cuatro
años más, si la cuidábamos bien. Lo más importante era que comiera bien.
La cuidamos de las emociones fuertes y todos en la familia cooperaron
con su cuidado.
La salud de mi madre y la situación política cada vez más incierta en
Cuba me convencieron que tenía que asegurarme una entrada de dinero.
Iba a giras cada vez que surgía la oportunidad, ya que eso era mejor
remunerado que presentarme en La Habana.
Estaba en México cuando entraron “los barbudos” en el mes de enero de
1959. Cuando llegué a casa, afuera de la terminal me esperaba uno de
mis choferes, que me metió al carro rápidamente y fue la primera
persona que me hizo comprender que desde ese día en adelante Cuba
cambiaría para siempre. Los siguientes meses fueron de terribles
angustías. Se disminuyeron los trabajos. Era como si esos barbudos se
hubieran propuesto extinguir la alegría y el alto nivel económico del
pueblo cubano.
En 1959, el régimen se apoderó de todos los negocios. Todas las
emisoras de radio y televisión estaban bajo la dirección de los
funcionarios oficialistas. Empezó la propaganda y la situación se
convirtió en un desastre. Mi madre Ollita me dio mis alas y aunque sabía
que abandonaría su nido, nunca me pidió que me sacrificara por ella.
Una tarde me dijo: “M'hija, no te preocupes por mi. Tu destino te
llama”. Se me salieron las lágrimas y la abracé. A pesar de que sentía
tan chiquitica, yo sabía que era la persona más fuerte que había
conocido en mi vida.
Acepté una oferta para cantar en México con la Sonora. Recibimos los
documentos necesarios para viajar. Dentro de lo que cabía, las cosas con
Ollita iban más o menos bien. Tía Ana era mi ángel de la guarda y
estaba dispuesta a ayudar. El 14 de julio de 1960, todo estaba listo y
saldríamos para México al día siguiente a mediodía.
Comenzaon a llamarnos para abordar el avión y pasar por la aduana. Sin
saber que era la última vez, sentí el sol de Cuba brillar en ese
cielo. Todavía lo veo como si fuera un retrato. Me di la vuelta a mirar
a mis dos madres. Les soplé un beso y subí al avión.
Este empezó a correr por la pista. Conforme subía, los edificios se
hacían más chiquitos, hasta que desaparecieron. Sólo entonces nos
dijeron que el vuelo no tenía regreso. Recuerdo que Pedro se quedó
serio. Me apretó la mano y solté el llanto. Mi vida, tal como la
conocía, había desaparecido para siempre.
EXILIO
CUANDO
LLEGUE A MEXICO, me metí completamente en mi trabajo. Bendito
escenario que me ayudó con mis penas. Debutamos el 22 de julio de 1960 y
el lugar se llenó tanto que hubo que sacar las mesas a la calle para
acomodar a tanto público. Pronto, Celia Cruz con la Sonora Matancera se
hicieron famosos en México y todo el grupo, incluyendo a Las Mulatas,
hizo gira a Miami, Nueva York y Chicago.
Desde que salimos de Cuba, Pedro y yo compartimos una gran amistad. Un
día me percaté de que Pedro me estaba enamorando. Mi Ollita estaba
muy mala y él fue un apoyo muy grande para mí. No si hubiera aguantado
la enfermedad de mi mamá sin él. Cuando me encontraba huérfana y
exiliada en suelo extranjero, Pedro fue el que me ayudó a salir
adelante. Yo por eso le tengo un cariño muy especial a México. Fue el
primer lugar donde llegué al salir de Cuba y muchos lugares de su
capital me recuedan de los primeros días de noviazgo con Pedro.
Posteriormente, em 1961, me contrataron para trabajar sin la Sonora en
Los Angeles y mientras estaba en California, mis documentos cubanos se
me vencieron y eso me impidió regresar a México. A decir verdad, yo ya
no quería regresar. Quiero mucho a los mexicanos, pero como artista,
yo tenía un profundo deseo de ser más creativa, pero era muy difícil
hacerlo en México.
El avión empezó a correr por la pista...los edificios se hacían más chiquitos, sólo entonces nos dijeron que el vuelo NO TENIA REGRESO.
Tan
pronto terminé con mi obligación en California, me reuní con mis
hermanos de la Sonora y Pedro en Nueva York, donde nos adaptamos a
nuestra vida de exiliados. Nos contrataron en el teatro Puerto Rico en
el Bonx. Me acuerdo que una noche llegué a casa muy cansada y me acosté
temprano. Soñé que corría hacia mi madre y ella decía: “Niña, no te
olvides que siempre estaré contigo”. Me desperté muy contenta.
A los pocos días, venía de arreglarme las uñas cuando vi a Pedro de
espaldas, hablando por teléfono. El no se percató que había entrado y lo
oí decir: “Mira, la madre de Celia falleció anoche, pero ella todavía
no sabe”. Al oír esas palabras, me quedeé paralizada. Fue un choque
terrible. Yo sabía que estaba muy malita, pero no pensé que se me iba a
morir así, sin que pudiera volver a verla. Lugo, cuando traté de
obtener permiso para regresar a Cuba, se me nego. El día que la
sepultaron en La Habana, sentía una rabía y una desesperación tan
profunda que apenas podía con ella.
Pero como siempre, Dios hizo lo posible para consolarme. En junio me
dio la oportunidad de ser la primera mujer hispana en presentrmen en el
escenario del teatro Carnegie Hall. Canté acompañada por uno de mis
mejores amigos, Tito Puente, y la Count Basie Orchestra. Cuando salí al
escenario, me sentí como si estuviera caminando por dentro de una nube
con Ollita a mi lado. Hasta la pude oír hablándome en el oído:” Niña,
estoy muy orgullosa de ti”.
Poco después de que murió mi mamá, Pedro me pidió que me casara con él
y así lo hicimos el 14 de julio de 1962. Fue una cosa muy sencilla, y
después nos fuimos a comer a una cafetería. Si, mi fiesta de
matrimonio fue en una simple cafetería!
En 1964 tuve la suerte de presentarme en el escenario más importante
de los negros americanos, el teatro Apollo de Harlem. El año siguiente,
dejé mi amada Sonora Matancera después de 15 años y comencé a trabajar
regularmente con Tito Puente. Pedro seguía con la Sonora y muchas
veces no me podía acompañar, pero en 1966 dejó la orquesta. Pedro y yo
pensamos en la posiblidad de tener hijos, pero yo nunca salí
embarazada. El ya tenía hijos de sus matrimonios anteriores. Me dijo
que no me preocupara, que no necesitaba más hijos. Al principio me fue
duro aceptarlo, pero luego pensé que si a Pedro no le dolía no tener
hijos conmigo, entonces yo no iba a llorarlos más.
El día que hice ciudadana americana, en 1977, fue un día feliz. Al
subir de la juramentación, iba tan contenta con mi certificado que me
puse a gritar en la calle. Un policía se asustó y le preguntó a Pedro
qué me pasaba. Cuando se lo explicó, éste simplemente sonrió y se fue.
EL
FINAL DE LA DECADA DE LOS SESENTA y el principio de los setenta fueron
los tiempos del disco y el rock. Había muchos que pensaban que la
música cubana iba a pasar a la nostalgia y que sólo se escuchaba en las
casa y en los bailes de los cubanos exiliados; que era “la música de
los viejos”. El gran flautista domincano Johnny Pacheco me vino a ver
en 1969 después que me vio presentarme en el Apollo. Pacheco estaba
consciente de que los jóvenes hispanos traían el ritmo nuestro en la
sangre pero no conocían la música. Pacheco y su orquesta tocaban música
popular bailable a la que añadían su propio sabor. La música cubana
volvió a nacer, bajo el nombre de salsa.
Ya para 1974, Pacheco era dueño de Fania All-Stars, una orquesta de
salsa, y de la disquera Fania Records. Pronto, los Fania All-Stars le
llevaron al mundo esta nueva música: la salsa. Como yo era la única
mujer en la agrupación de la Fania, me coronaron “Reina de la Salsa”.
Hubo mucha gente que desde un principio se opuso al uso de ese término.
Como no se había inventando ningún ritmo nuevo, nadie sabía qué era.
Tito Puente, quien había hecho tanto por mantener viva la música cubana,
se disgustaba cuando oía a alguien llamarle salsa a su música.
Me hacía reír cuando decía: “¿Qué?¿Salsa? La salsa se come, no se
baila”. Pero los jóvenes estaban rechazando la música cubana y la única
forma de rescatarla fue por medio de ese título. Cuando nos
presentábamos en Miami en los años sesenta y setenta, los jóvenes no
iban a vernos. Decían: “Ah, música vieja”. Pero cuando le pusieron
salsa, los bailes se llenaban.
En 1973 lanzamos un primer LP llamado Celia y Johhhy, el cual fue un
gran éxito. Traía Químbara, que pasó a ser uno de mis grandes éxitos. De
1967 a 1979 trabajamos siete meses al año en México. Pacheco y yo
también viajamos al extranjero varias veces. Por ejemplo, en 1975 fuimos
contratados para un concierto como preludio al famoso encuentro
pugilístico entre Mhamed Alí y George Foreman. Los Fania All-Stars
volaron a Zaire, la actual República Democrática del Congo. Cuando por
fin llegamos a Kinshasa, la gente gritaba: “ ¡Pacheco! ¡Pacheco!”
Gozaron sabroso. Para ese entonces, no importaba a dónde fuera, ya Nueva
York se había convertido en mi casa.
NUEVAMENTE EN CASA
EN
EL 1986 UN AMIGO LOCUTOR decidió hacer un programa sobre la falta de
reconocimiento que existía en Hollywood hacia los artistas
latinoamericanos. Invitó a su público a llamar y expresar sus opiniones.
Una de sus preguntas era: “Miren a Celia Cruz. Esa mujer es una de las
aritstas más grandes de Latinoamérica. ¿No creen ustedes que se merece
una estrella en Hollywood?” La periodista Winnie Sánchez se
comprometió a lograr esa meta, sin yo saber absolutamente nada del
tema.
Winnie llamó a la Cámara de Comercio de Hollywood, que se encarga de
eso y pidió la solicitud. Pasaron los días y no recibió noticia alguna.
Todos sus amigos salieron al aire a pedir que escribieran cartas.
Comenzaron a llegar en cantidades alarmantes.
Los funcionarios de la Cámara de comercio se disgustaron y se
comunicaron con las emisoras para preguntarles quién había dicho que se
necesitaban. Me llamaron de la prensa para que les diera mi reacción.
“Caballero, ¿qué reacción? Si yo no sé nada”. Llamé a Qinnie y ella me
dijo llorando: “Mi hermana, te van a dar tu estrella”.
Ese premio puede ser que sea mi favorito. El valor especial que le pongo se debe a la manera en que me llegó.
En 1990 fui invitada a presentarme en la Base Naval de Estados Unidos
en la Bahía de Guantánamo. Es casi imposible describir lo que Pedro y
yo sentíamos en el corazón el día que abordamos el avión. Iba a Cuba
pero no a la Cuba que dejé. Cuando bajé del avión me arrodille para
besar el suelo tres veces y agradecerle a Dios por haberme dado la
oportunidad de regresar a mi isla querida. Caminé hacia la verja que
divide la isla de la base y en una bolsita metí un puño de tierra que
cogí del lado cubano. Me lo llevé por si un día muero sin poder
regresar y pisar el suelo de una Cuba libre, quiero que entierren ese
puñito de tierra cubana conmigo.
UNA NOCHE SIN PAR
EN
LOS AÑOS NOVENTA, parecía como si el cielo me estuviera bendiciendo
con tantos premios. Había ganado el primer Grammy de mi vida en 1989 y
luego, 11 años más tarde en el 2000, gané mi segundo por A Night of Salsa.
Otro momento culminante fue cuando se me otorgó la medalla del
National Endowent for the Arts. Cuando el presidente Bill Clinton me
colocó la medalla, sentí una emoción muy grande.
También obtuve un papel en The Mambo Kings
con Armand Assante y Antonio Banderas. A lo largo de mi carrera he
salido en muchas películas, pero nunca he sido actriz. Tuve que explicar
que hablo inglés con un acento muy pesado, pero me dijeron que eso era
exactamente lo que buscaban. Me diverí muchísimo y todos se
esforzaron por hacerme sentir bienvenidad.
En mayo de 2002, Pedro y yo nos tomamos varios días de descanso y no
hicimos nuestros análisis médicos d etodos los años. Varios días mas
tarde llegó una llamada: mi mamografía detectaba una manchita. Así fue
cómo, de la noche a la mañana, mi vida cambió.
Cuando el médico me dijo que tenía que hacerme una mastectomía, me
transporté a un consultorio en Cuba, en el año 1958, cuando oí a un
doctor pronunciar la palabra “cáncer” por primera vez. Me puse a llorar
como una niña. No sé por qué lloré tanto. Creo que fue por mí y por
Ollita, y por todos los años que ofrecí a los telemaratones de la Liga
contra el Cáncer.
Yo siempre digo que Dios te da una de cal y una de arena. Pronto
después de recibir la horrible noticia de mi cáncer, me enteré que se me
había nomidado cuatro veces para el premio Latin Grammy. Consulté con
el médico y me dijo que sí podía ir a los premios en Los Angeles. Cerré
el show de los Grammy que se transmitió en vivo por la cadena televisa
CBS. ¡Cómo gozamos esa noche! Me llevé el premio por la Mejor Canción
del Año.
Al poco tiempo, Pedro y yo fuimos a la Ciudad de México para un
concierto de homenaje a mis 50 años de vida en el escenario. Llegaron
más de 10,000 personas para gozar con nosotros esa noche. Debo decir que
yo lucía regia esa noche, con un traje espectacular color rosa, y mi
Perucho, que es buen mozo, lucía muy elegante con su esmoquin.
En mazo 2003 hubo otro homenaje en Miami organizado por Telemundo,
títulado “Celia Cruz: Azúcar”, presentado por Gloria Estefan y Marc
Anthony. Quedé realmente impresionada con el talento de todos esos
jóvenes artistas. Y me dio mucha esperanza de que mi música vaya a
seguir por más generaciones.
Finalmente, salió mi Pedro cantándome la canción Quizás. No tengo
palabras para describir lo que sentí. Subí al escenario para darles las
gracias a todos por ese regalo tan lindo que me hicieron. También les
pedí que rezaran a Dios por mí. Cuando terminó el homenaje todo el mundo
me felicitaba, pero yo era la que tenía que felicitar a aquellas
personas que hicieron posible ese derroche de alegría. Viví una noche
irrepetible.
EL
15 DE JULIO DE 2003, Celia desprendió su espíritu. Al difundirse la
noticia, la prensa internacional recordó su vida. El gobierno de Cuba la
ignoró. Pero apenas horas después de su muerte, se pintó graffiti de
“azucar” por toda la isla y mientras más ordenaba el régimen que se
tapara, más aparecía.
La Reina de la Salsa se veló en Miami. A pesar del calor, unas 250,000
personas esperaron horas para ingresar en la Torre de la Libertad y
presentar sus respetos. Otras 150,000 feron a despedirse de ella en
Nueva York.
Y para cumplir con uno de sus últimos deseos, en su ataúd la acompaña
ese puñito de tierra cubana que trajo de Guantánamo. Hubo una misa de
resurrección en la Catedral de San Patricio, en Nueva York, donde miles
de personas a lo largo de la Quinta Avenida gritaron “¡Azúcar!” y
“¡Celia!” Fue una ovación final muy significativa para la Guarachera de
Cuba, una simple mujer negra de origen humilde que nunca se imaginó que
podría que podría convocar a cientos de miles de aficionados a
rendirle tributo y paralizar el tráfico de mediodía en la capital del
mundo.
Por: Celia Cruz
TOMADO DE SELECCIONES READER'S DIGEST, PUBLICADO EN JULIO DE 2004
POR: ANA CRISTINA REYMUNDI
TOMADO
DE “CELIA MY LIFE” 2004 POR OMER PARDILLO-CID. PUBLICADO POR
RAYO/HARPERCOLLINS, INC. DE NUEVA YORK TRADUCCION 2004 POR JOSE LUCAS
BADUE